Gente que se dio una vuelta


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7 de junio de 2010

Que se quede ahí (y no joda)

Una trampa en la que las personas -religiosas- caemos en en sacralizar el medio, el ritual. Muchas veces "cumplimos" con el ritual de una manera obsesiva: hay que hacer-rezar-decir esto y esto, de este modo, para estar en paz con la divinidad o para atraernos su benevolencia.
Y antes que me acusen de antiritualista, lean las entradas en las que defiendo y abogo por los ritos. Lo que digo es otra cosa.
Cuando transferimos la sacralidad a la cosa (desde la estampita a la medallita, pasando por las 17 copias de la novena a san Pirulín), no nos comprometemos con lo sagrado, lo trascendente, sino con la cosa inmanente, haciendo de ella el centro.
Lado positivo: es más seguro, menos comprometedor, más fácil de cumplir, con menos riesgos de involucrarnos en algún tipo de vínculo. Lado negativo: no deja de ser, en el mejor de los casos, magia religiosa, en el peor, hipocresía andante...
Digo (no yo, ya lo decía creo que Juan Crisóstomo en el siglo IV): si lo que me preocupa es el mantel del altar más que el hermano desnudo, algo anda mal.
Creo que hay algo en el iconoclasmo pasado y presente que tiene cierta sabiduría: quiere destruir no a los dioses, sino a los ídolos, que es diferente. Y que los rompan, nos los rompan o los rompamos, de vez en cuando viene bien.

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