Gente que se dio una vuelta


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4 de junio de 2010

Sala de espera

Habiendo surfeado una mañana medio olvidable, me dispongo para ir a terapia. Es medio un garrón salir a las dos de la tarde, pero mi ritual está establecido: café en el vaso con tapa, un buen libro, la espera del colectivo, el viaje, llegar, saludar a la secretaria, esperar un poco antes de pasar...
Por supuesto, nuestro querido Murphy se hace presente: el colectivo tarda en llegar y al subir está la cumbia a todo trapo; encima es de esos nuevos que tienen 15 cm entre asientos con lo cual los dientes te quedan a la altura de quien se agarra del asiento anterior; con cada lomo de burro saltás medio metro, más o menos, y con un poco de suerte, volvés a caer sentado. No es lo más cómodo para leer, pero bueno, hago el intento y recuerdo películas de la Segunda Guerra Mundial y cómo llegaban los trenes a los campos de exterminio y pienso que podría ser peor. Estpy optimista.
Llego a mi parada, bajo y disfruto del calor que el solcito de otoño regala. Cuando el semáforo da paso, comienzo despreocupadamente a cruzar, sólo para ser bajado de mi nube por un auto que insiste en doblar aunque ya no pueda.
No importa, quedan sólo cincuenta metros y vengo con ganas de charlar un par de cosas.
Timbre, portero eléctrico, paso y Sandra, la secretaria, con cara demudada me dice:
-Ay, perdón, pero cité a dos pacientes a la vez, no sé qué pasó; debe ser un malentendido con la secretaria de la mañana. ¿Ves?, esta señora también espera a Alfredo.
Miro a "esta señora" que tiene cara de no estar pasándola demasiado bien.
-Tá bien, Sandra, no hay problema, dame otro turno.
Vuelvo con cierta satisfacción de no depender -al menos hoy- de ese encuentro que no se dio.

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