Gente que se dio una vuelta


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26 de julio de 2012

De colección

En mi rol de "tío culturoso", después de almorzar -Barrio Chino, como ya es tradición de vacaciones- con los niños les propuse ir al Museo Nacional de Bellas Artes. Debo decir que sólo había ido una vez hace más de veinte años; era un programa para mí también. Sumaba, además, un paseo por capital en un día de invierno frío y soleado.

Dijeron que sí, a pesar que les advertí que no era un lugar "divertido" y allá partimos. Hay mucha cosa en el museo. Mucha para un solo día. Además, había una exposición de arte kinético, que nos gustó mucho. Pero dos de los momentos más más lindos fueron:


-Mirar juntos un par de esculturas en mármol: verlas de adelante, de atrás, de los costados. Mostrarles los signos del cincel, contarles cómo de un bloque de mármol se va extrayendo lo soñado. El asombro al descubrir los detalles de las venas, las uñas, los músculos.
-Encontrarnos mirando desde distintas alturas -la mía y de Facu, parecidas, la de Rocío, bastante más abajo- y darnos cuenta que veíamos diferente viendo el mismo cuadro.

Es sembrar a futuro.

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