Gente que se dio una vuelta


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22 de diciembre de 2013

Quién de nosotros

Acompañando a un pibe adicto a las drogas. 

Anda entre los 25 y los 30, tiene un hijo que no ve -nacido de una relación ocasional, que devino por un tiempo breve pareja y no llegó a ser familia-. No lo ve porque la madre tiene miedo: lo soportó mal más de una vez; ella quiere evitar riesgos.
Él trabaja bastante bien, pero entre la merca, las pastillas, lo que le pasa a su hijo, no hay dinero que le alcance. Hace horas extras. Para hacerlas, consume. Vive con sus padres, es el mayor de siete hermanos. 

Quiere salir. Razona y sabe que la está pasando mal y que (le) está haciendo mal a él, a sus vínculos. Pero la razón no es suficiente para dejar la adicción. Hace falta más. No tiene ese más.


No delinque, no es socialmente marginal, no es de los que nos asustan en nuestros prejuicios.
Una historia común. Normal. No muy lejos de las de muchos y sin dudas una vida más fácil que las vidas de otros.

¿Dónde se bifurcan estas historias? ¿Qué nos diferencia? 
Misterios.

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